A José Míguez Bonino se le conoce muy bien en Latino América y en muchos otros sectores teológicos a nivel mundial. En conversaciones con Nancy Bedford decía que le llamaban “Don José.” Nancy expresa en su escrito que era un hombre sencillo con un buen sentido del humor, profundamente ecuménico y con una inmensa sensibilidad pastoral. El mismo Harold Segura lo describe como un hombre de profundo pensamiento y conocimiento, pero sencillo y humilde con una sonrisa siempre a flor de piel.[1] Quizás sea esta la mejor forma de describir a este escritor y, sobre todo, a un muy buen escritor, que con sus pensamientos teológicos, su forma de interpretar el mensaje liberador de Jesús, y su testimonio cristiano marcó la vida de hombres y mujeres que siguieron su huella y aprendieron de su quehacer teológico, aún hasta nuestros días.
El segundo libro que llegó a mis manos de este autor lo leí sentado en las duras sillas de madera en el recinto de la biblioteca del Seminario Teológico Bautista Internacional en la ciudad de Cali, Colombia (ahora Fundación Universitaria Bautista), cuando cursaba la maestría en el 2001.[2] Los libros de los autores y autoras latinas nos eran extraños, pues casi todo lo que llegaba a nuestras manos en las clases provenía de la Casa Bautista de Publicaciones “made in USA”. Después de leer el título Ama y haz lo que quieras, me aboqué a devorar las páginas del mismo. En la introducción de esta pequeña obra, Míguez Bonino aclara:
Queremos conversar con el creyente de verás interesado en responder fielmente en su vida al llamado de Jesucristo. Los problemas que tales personas confrontan no son distintos de los que ocupan al especialista –si se trata de un especialista ubicado en la realidad y no de un mero malabarista de abstracciones.[3]
Confieso y no niego que hubo muchos momentos en que como estudiante de teología me ahogaba en un mundo de abstracciones teológicas que no respondían a la necesidad social de mi país, sumergido en una cruda violencia. Al leer a Don José, sentí que hablaba a mi propia realidad, que conversaba con alguien de estirpe y sangre latina, que sabía que nuestro plátano es agrío, y no con un extraño que sentía que lo sabía todo y que nos enseñaba formulas doctrinales que quedaban sin piso teológico en la realidad social latinoamericana.
Don José nació en Santa Fe, Argentina, en 1924.[4] De padre español y madre nacida en Uruguay de trascendencia italiana, fue formado en el seno de un hogar cristiano, como el mismo lo expresa:
Nací en un lugar evangélico. Mi madre, hija de piamonteses recién llegados, se convirtió al evangelio escuchando la predicación del pionero metodista Juan Thompson, cuando tenía un poco más de veinte años. Mi padre, un gallego llegado al país en el 1900, obrero portuario en una compañía inglesa de importación, conoció a la familia de mi madre en el trabajo, y fue ella la que la condujo a la fe. En Buenos Aires, terminaron congregándose en la Iglesia Metodista.[5]
Don José conoció el evangelio desde temprana edad y, según parece, la influencia de la fe metodista familiar y eclesial marcó su vida a tal punto que le llevo a abandonar sus estudios de medicina, para dedicarse a la vocación pastoral y al estudio teológico. Estudió en la clausurada Facultad Evangélica de Teología de Buenos Aires (conocida posteriormente como ISEDET). Cursó una maestría en Candler School of Theology en Atlanta, y culminó sus estudios doctorales en Union Theological Seminary en Nueva York (1960). Su tesis doctoral se enfocó en el ecumenismo, tema que lo apasionó y que lo vivió hasta la médula de sus huesos.
Su vocación pastoral le llevó a dirigir varias congregaciones en la Iglesia Metodista en Argentina y Bolivia, mientras que su vocación académica le condujo a ser profesor de teología dogmática de ISEDET, institución que le nombró posteriormente como presidente (1961-70) y en la cual dirigió los estudios de posgrado. Don José fue un hombre activo y comprometido con varios movimientos como Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL); Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL); la Unidad Evangélica Latinoamericana (UNELAM); el Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI); y el Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE). Como pastor y teólogo cruzó fronteras, siendo invitado como profesor visitante en varios claustros teológicos como el Union Theological Seminary de Nueva York; Selly Oak College de Birmingham; Seminario Bíblico Latinoamericano de San José, Costa Rica; la Facultad de Teología Protestante de la Universidad de Estrasburgo en Francia; Emory University en Atlanta; Iliff School of Theology en Denver y en Christian Theological Seminary en Indianápolis.[6]
Don José fue un lector asiduo de la teología de Karl Barth y la ética de Paul Lehmann hombre fecundo en sus escritos y con un método particular de hacer teología que suscitaba preguntas pertinentes e inquietantes. Uno de sus estudiantes, Alberto F. Roldán comenta: “[Un] aspecto que caracteriza la teología de José Míguez Bonino es que la misma es interrogativa antes que asertiva… En este sentido se puede decir que [este autor] es molesto como un tábano y pone en entredicho muchas posiciones tanto teológicas como ideológicas que campean en el ámbito protestante y evangélico.”[7] Este tábano ha sido considerado como el decano de los teólogos y teólogas latinoamericanos, sobre todo, por su énfasis en la teología de la liberación desde un ángulo crítico protestante. Don José fue un pastor, profesor y ciudadano comprometido con el evangelio, la iglesia y los derechos humanos. Era un hombre que amaba la misión de la iglesia y fomentaba la praxis cristiana con su opción preferencial por el pobre. Autores de la teología de la liberación como Gustavo Gutiérrez, J. L. Segundo y Jon Sobrino formaron parte de su diálogo teológico, aunque él mismo dejo claro que a pesar de ser catalogado como revolucionario o liberacionista, su identidad nata fue la de un hombre evangélico:
He sido catalogado diversamente como conservador, revolucionario, barthiano, liberal, catolizante, moderado, liberacionista. Probablemente todo eso sea cierto. No soy yo quien tiene que pronunciarse al respecto. Pero si trato de definirme en mi fuero íntimo, lo que “me sale de adentro” es que soy evangélico. En ese suelo parecen haberse ido hundiendo a lo largo de más de setenta años las raíces de mi vida religiosa y de mi militancia eclesiástica. De esa fuente parecen haber brotado las alegrías y los conflictos, las satisfacciones y las frustraciones que se han ido tejiendo a lo largo del tiempo. Allí brotaron las amistades más profundas y allí se gestaron distanciamientos dolorosos; allí descansan las memorias de los muertos queridos y la esperanza de las generaciones que he visto nacer y crecer.[8]
De esa fuente evangélica brotó su compromiso y lucha por los derechos de los más débiles de la sociedad latinoamericana y su labor teológica social liberadora que se ve reflejada en su ética cristo-céntrica. Su trabajo, según este teólogo argentino, más que estar basado en una serie de reglas rígidas y gobernado por instituciones que dictan las leyes morales, se fundamenta en la vida de Jesús como una propuesta de una nueva humanidad. Una nueva humanidad que es libre para amar y servir. Según Míguez Bonino, la fe del evangelio nos acerca a una nueva realidad disruptiva que nos convoca a una nueva situación, en la que tenemos nuestro lugar como seres responsables con un nuevo poder, en donde surge una nueva forma de existencia.[9]
Don José tuvo un compromiso ecuménico que le llevo a participar en varias conferencias del Concilio Mundial de Iglesias desde los años 50 y como delegado en Nueva Delhi, Upsala y Nairobi. Participó como editor de la segunda edición del Diccionario del Movimiento Ecuménico y fue miembro activo de la Comisión de Fe y Constitución de CMI (1961-77). Colaboró en el Movimiento Estudiantil Cristiano (MEC); y en la Asociación de Teológos del Tercer Mundo (EATWOT).[10] Trabajó arduamente por la unidad de la iglesia en el mundo ecuménico con un enfoque siempre liberador. Fue el único observador protestante latinoamericano invitado a el Concilio Vaticano II y del cual surgió su libro Concilio abierto: una interpretación protestante del Concilio Vaticano II (1967). Sobre el tema ecuménico escribió lo siguiente: “El término ‘ecumenismo’ ha entrado en el vocabulario del hombre [sic] contemporáneo con una carga afectiva que connota paz, fraternidad, reconciliación, unidad, diálogo constructivo y abierto: términos que simbolizan sus anhelos y esperanzas.”[11] Y es que este pensador siempre enfatizó esa esperanza y anhelo reflejada en una oikumene nueva vivenciada en el amor al prójimo y ejemplificada en Jesús.
Don José falleció a sus 88 años, en Tandil, Argentina, en el mes de julio de 2012. A este noble hombre de pensamiento profundo y corazón sencillo, le hemos dedicado los siguientes capítulos en esta edición especial de la revista Perspectivas. Autores y autoras de Latino América y Estados Unidos que cruzaron líneas de lectura y valoraron los escritos del pensador argentino, se unieron para honrar a Don José. El legado teológico, ético, ecuménico y político de este hombre puede verse en las siguientes páginas.
El primer artículo se abre con una teóloga que conoció de cerca a Don José. Nancy Bedford comienza este homenaje mostrando el valor de los aportes teológicos de este pensador, que no se ajustan a los cánones europeos estandarizados, sino que se arraigan en el suelo y la historia de sufrimiento, violencia y pobreza de los pueblos latinoamericanos. La teología de Don José es una teología comprometida con la realidad y con una hermenéutica que interpreta y se enlaza en esa misma realidad social. Nancy resalta la fe en busca de eficacia que tanto pregonó Míguez Bonino, sobre todo, en el contexto socio político de la Argentina de los años 70s. Es decir que “la justificación por la fe va acompañada de la praxis del Espíritu Santo, que siempre tiene que ver con el amor,” en palabras de esta autora.
El segundo artículo de Néstor Gómez y Edwin Villamil nos presenta un panorama de la perspectiva ética de Don José, principalmente en su obra Ama y haz lo que quieras (1972). Estos autores nos recuerdan brevemente los aspectos básicos del sujeto y el acto ético en la filosofía occidental que han influenciado al cristianismo, para así abordar la ética de Míguez Bonino desde el contexto latinoamericano. Como buen pensador inquisitivo y teólogo liberador, Don José no fue ajeno a la problemática social y política vivida en su país natal y en Latinoamérica. Más bien, su ética social intentaba responder con una praxis cristiana que iba en vía contraria a la abstracción ética occidental. Su propuesta ética con una relectura del Nuevo Testamento, según entienden estos autores, es de una nueva humanidad en Cristo, una nueva creación en el reino de Dios, fundamentada en la fe, la esperanza y el amor.
Nicolás Panotto escribe el tercer artículo sobre la teología pública, un tema no muy desarrollado en el suelo latinoamericano, en diálogo con los trabajos teológicos de Míguez Bonino, para mirar como la fe asume los desafíos sociales y políticos en el diverso espacio público que cuenta con nuevos sujetos sociales emergentes. Nicolás realiza este análisis desde una filosofía posfundacional que cuestiona los absolutismos, esencialismos y abstracciones, como lo haría el mismo autor argentino desde la teología. Lo interesante de este apartado es el abordaje que el autor plantea como una propuesta de “deconstrucción posfundacional desde la economía trinitaria de lo divino”, que lleva a cuestionar–como Míguez Bonino y los/as teólogas/os de la liberación lo hicieron–la idea de dos historias: una profana y otra divina. El desafío que nos deja Don José para una teología pública, según Nicolás es: “derribar los muros de los sentidos y las instituciones, y abrirnos a la historia y lo social como campos de infinitas formas de ser y hacer”.
El cuarto artículo escrito por Aaron Conley da cuenta de los desaciertos sociales que han existido en los escritos históricos cuando se observan los fenómenos sociales solo desde el ángulo del privilegio y el poder. El autor dialoga con Don José y su libro Toward a Christian Political Ethic, y presenta su propia transformación o conversión hacia una vida espiritual centrada en la praxis. De ahí que toda reflexión ética política debe desarrollarse como un análisis social y una mediación histórica que conduzca a observar y hasta privilegiar las voces de las gentes que viven en las márgenes de la sociedad. La recuperación de una memoria histórica es clave para entender la memoria colectiva de estos pueblos que han sido invisibilizados y para una auto reflexión histórica y crítica de las meta-narrativas que han predominado en la memoria e historia de las sociedades del Norte. De manera muy interesante, Aaron concluye que en sus lecturas de autores como Nietzsche, Finley, Derrida o White, aún, en los escritos de teólogos o eticistas cristianos del Norte, no ha observado una “opción por el pobre.”
De forma similar a Aaron Conley, Julie Todd comparte su propia experiencia al leer en Míguez Bonino sobre la “double location” (doble ubicación) en la que todo teólogo/a vive, desde su vocación como líder en la Iglesia Unida Metodista en USA, y como docente en Iliff School of Theology (Escuela Teológica Iliff) en Denver. Julie realiza una lectura de esta idea de Don José desde una perspectiva ética-religiosa sobre el tema de la violencia y la no violencia. Analiza cómo la idea de la no violencia tan promulgada en círculos progresistas cristianos termina siendo un arma de doble filo que puede privilegiar la ubicación social de los promulgantes pacifistas en detrimento de las comunidades marginadas de la sociedad. De ahí la importancia de una lectura crítica de la Biblia que desenmascare las estructuras de opresión y las dinámicas de poder.
El último artículo corresponde a Carlos Beltrán, quien fue uno de mis estudiantes de pregrado y hoy un buen amigo. Carlos escribe sobre uno de los temas que vivió en carne propia Don José: el ecumenismo. El autor realiza un breve recorrido histórico del movimiento ecuménico mundial dando un panorama general sobre el macroecumenismo, el ecumenismo de base y el Concilio Mundial de Iglesias. Carlos destaca el trabajo serio e interdisciplinar que Míguez Bonino realiza en su libro Rostros del protestantismo latinoamericano (1995), el cual sirve como modelo para el ecumenismo moderno por las siguientes razones: porque un trabajo histórico fundamentado nos ayuda a entender nuestro presente histórico; porque la historia de la iglesia es parte de la historia humana, es decir, no son historias separadas; y finalmente, porque una teología irrelevante es la que es ajena a las realidades sociales que se presentan en la historia de los pueblos, sobre todo, aquellos pueblos que siguen viviendo en opresión.
Concluye este homenaje a José Míguez Bonino, Harold Segura, quien fuese mi profesor de homilética en el Seminario Teológico Bautista de Cali. Harold nos entrega en muchos de sus breves recuerdos, ese dulce sabor humano de un hombre sencillo y amigable como lo fue Don José. Destaca como la esperanza escatológica y el ecumenismo fueron unos de los ejes centrales de su pensamiento teológico. En esta frase siguiente se expresa claramente lo que Harold (y muchos de los que seguimos a este autor) sentía por el maestro Don José: “Esa forma de combinar la profundidad de sus pensamientos con su vida sencilla puesta al servicio del Reino y de las iglesias es un patrón al que siempre quisiera ceñirme”.